domingo, 29 de julio de 2012

XXXIII

(Escena)

Estamos en un callejón de ciudad antigua. De una pobreza extrema es la luz ambarina que titila en un poste. Un Hombre solo, perfil derecho, mira abstraído frente a él. Hay un estanque de superficie caliginosa, pulida y reflejante como espejo. Hipotéticamente, "ella" se encuentra a su derecha y un paso atrás. De pronto, el Hombre rompe su contemplación y habla.

     HOMBRE: -Mira, un poco más allá se encuentra la taberna del irlandés. Él siempre acudió a visitar al irlandés. Él sabía ser leal, aun a los amigos pendencieros. Allí, en medio de la algazara y de los tarros y de la niebla del tabaco, él plasmó en ese papel café, papel para hacer envoltorios, los textos fundamentales de su obra poética. (Escuchando) Nada tienes que agradecerme, al fin y al cabo nos une su poesía. Aquí el se olvidaba del mundo y sus ensoñaciones vanas, para despertar a la verdad de los versos laureados. ¡Cómo amó! Siempre se condujo como si ella lo acompañara todavía. ¡Imagínate! Un hombre adulto recitándole a la silla vacía frente a él, o abriendo la puerta y cediendo el paso a... al aire. ¡Imagínate! Un cerebro como el suyo... (Girando hacia "ella", para escuchar) Tienes razón: más que un cerebro, un espíritu preclaro. ¡Qué brillante que eres! Brillante y hermosa (Girando hacia el público y tomando el talle de "ella", para ponerla frente a él) Muy hermosa. (Él se acerca para besarla con suavidad; en el momento justo "ella" señala el fondo del callejón. Él gira siguiendo la indicación) Es cierto, amada mía, han abierto la puerta. La taberna funciona aún. (Regresa a la mirada ausente del principio. Después de un instante, recita:) "La memoria es persistente como musgo; trasciende las lindes de la materia, dando a los hechos humanos -cual si fuesen divinos- existencia en la eternidad. Las bóvedas infinitas necesitan de cantos verdaderos. La eternidad se repite a sí misma". (Silencio. Mirada fija otra vez)

Entra al callejón, a espaldas del Hombre, un estudiante joven, pobre, limpio y con un par de libros bajo el brazo. Se acerca al Hombre)

      ESTUDIANTE: -(Extasiado ante la escena que contempla, recita, como orando, como haciendo un sortilegio para protegerse) Cuánto llanto. Profundo es el estanque, su caudal aumenta. A falta de lágrimas, vierten los ojos sangre. Miro a un hombre contemplándose en el espejo de su catástrophe, en el azogue de su melancolía sin fin.

El silencio torna. El Hombre reacciona como si apenas hubieran sido enunciados los versos.

     HOMBRE: -Escribí esos versos hace muchos años, cuando llegué a estas callejas antiguas. Allá, bajo esa marquesina oxidada, había una librería de antiguo.

      ESTUDIANTE: -(Recuperándose de la visión) Sí, en efecto. En ese local adquirí estos volúmenes a muy buen precio. Mire.

      HOMBRE: -La gente que lee mis poemas , piensa que son alegóricos; consecuencia del oficio literario y la gran imaginación. Tuve que escribirlos, no podía no hacerlo. Era cuestión de supervivencia. Necesitaba, con urgencia y frenesí, sacudirme el dolor que me vino, cuendo contemplé a un hombre haciendo de su llanto un lago.

Disolvencia lenta de la luz. Obscuro.