jueves, 26 de julio de 2012

W

Cuánto alcohol he requerido para reducir al mínimo la infección de dolor que hay en mi herida. El padecer no se va, pero se torna en neuralgia sorda. Lo avanzado de la noche ha ahuyentado a la gente. Arrastro mis pies sobre los adoquines; no me importa el fango de las charcas. He llegado al parquecillo. Miro, un poco más allá, las dos iglesias que se alínean, mutuamente, en escuadra. En su interior, el parquecillo parcialmente hundido, tiene una fuente añeja en el centro y unos como muros de setos. Avanzo a lo largo de uno de esos muros, llego a su conclusión y giro hacia mi izquierda.

-Hola.

Allí está ella, con toda la belleza radiante de sus ojos, su nariz, su boca, su cabello, su voz...
Un golpe en el centro de mi estómago me arranca una exhalación involuntaria.
Todo pasa en un instante. Ya no está ella.
Tanto tiempo ahitándome (¿mese, siglos?, no lo sé) para que en un instante vuelva a mí la embriaguez.