jueves, 26 de julio de 2012

V

Me parece que este individuo, cuyos semblante, fisonomía e indumentaria me hacen recordar persistentemente el color y la textura de las piedras urbanas, tiene algo de whiskey. Eso inspiró mi intención de escucharle, lo confieso. Mas resulta interesante oirlo farfullar con prosodia afectada algún obscuro texto (francamente pienso imposible que sean originales; si no a qué tanta teatralidad al enunciar sus ideas).

-Veamos la veleidad. Ella no es sino substancia transgresora de suyo. Rasga en toda dirección: tiempo, espacio.Busca erradicar la observancia de las leyes.

-¿Sensu juris?-, pregunto.

-Insistiré hasta la saciedad del hartazgo: en todas direcciones. Lo cuál incluye, por supuesto, la legislación, así como las leyes físicas, sociales y éticas. Es más: ni siquiera el lenguaje se salva.

-Todo tiene un origen, ¿cuál es el de la veleidad?-, interrogo.

-Esa plaga voraz, inerradicable en la especie humana: el anhelo de eternidad. Tal concepto nos vuelve insufribles, henchidos de sobrevaloración propia. Nos esforzamos en arrebatar un sitio en la terraza de lo inmortal. ¿Para qué construir si se puede enajenar, arrebatar? Elegimos la falacia, con pasión la defendemos. ¡Estúpidos! La eternidad da a luz a sus inmortales.