martes, 24 de julio de 2012

J a


 CONTINUACIÓN...

Satisfecho ese gusto secreto y querido, mis pasos me llevaron por distintos senderos. Me encontré con algunos mozalbetes conduciendo rebaños de ovejas. Con sólo ver sus rostros supe los linajes de que procedían: la sorprendente genética, pues no en balde el término recesivo procede de la biología. Conforme avanzaba sobre un ancho camino de tierra colorada, avanzaba también hacia la súbita y explosiva recuperación de la memoria absoluta. Todo mi haber de vida era la iteración de este presente antiguo.

En un montículo de arcilla roja endurecida, había escalones labrados. Siempre estaban y habían estado, aunque nunca ví a alguien reafirmándolos, después de cada lluvia, con la azada. Ascendí por ellos; caminé, luego por la ladera de una colina pequeña que concluye en una casa de ladrillo rojo. Su arquitectura es vascuence, o en todo caso española de directa reminiscencia medioeval. Una encina enorme irradia su sombra benévola por el patio; un poco más allá hay unos pinos, también muy altos. Doy la vuelta a la casa, mis pasos saben llegar a la cocina de humo; es una caseta de madera, empotrada a la pared, a la altura de una entrada ahora oculta.Empujo la puertecilla, después de mover el viejo maderito que hacía de picaporte. Penetro en un ambiente grato y cálido. En la mesa del fondo están ellas. No me ven, están inclinadas mirando debajo  de los recios tablones, apenas desbastados. Sobre la mesa rústica, frente a ellas, pan de fiesta y un poco de queso. Levantan hacia mí su mirada. Su sobresalto es minúsculo, sobre todo si se piensa que soy un intruso. A mi derecha, una niña de ocho años, rubia con el cabello escapando del peinado con diadema; sus ojos azules me interrogan suavemente. Su nombre es Aurora, todos cariñosamente la llaman Lulo. Vuelvo la mirada a mi izquierda: una niña-adolescente afilada de largo cabello castaño obscuro, pupilas negras y pestañas amplias. Son hermanas.
-Teresa: -digo -¿qué están haciendo?
"Consentimos al Kiskifuz", contesta Lulo.
El gatito asoma bajo la mesa. Ese gatito pardo que tantas veces he acariciado.
"Wohlnatus, ¿verdad?", pregunta Teresa. Ha dicho mi nombre con intensidad deliciosa. Teresa... ¿cuántas veces paseamos por éstos bosques? ¿Cuántas veces respiré tu cabello recién lavado? Cuando llovía, nos refugiabamos en el pajar, yo leía en voz alta y ella me escuchaba. Ella escuchó mis primeras narraciones, mis primeros versos y mis pininos en la reflexión. Teresa... esbelta como junco, pero en modo alguno frágil, pues desde temprana edad caminó por los montes, cargó los cubos de agua y acarreó las pacas de pastura. Teresa...
"¿Sí?"
Debo haber pensado en voz alta.
"Mi abuela salió. ¿Gusta esperarla? Se va a poner muy contenta. Siempre habla de usted".

Ah, Mnemósyne, buena me la has jugado.