martes, 3 de julio de 2012

H

Impetrar. Verbo que nunca me ha parecido ajeno. Sé que el mineral está vivo. Sé que debemos solicitarle venia para horadarlo y de él nutrirnos. La roca llama a la sangre. En la piedra lo mismo se muele el trigo que se alimenta a los dioses. Sobre el ara (punto de encuentro entre la substancia y el abstracto), se vierte el ser diáfano e inefable de Dios. Siempre he respetado las piedras, nadie desconoce su capacidad para hacernos tropezar. Observo reverencia por los guijarros. Nunca olvido que la lógica es hija del cálculo. Mas  en ésta noche  -quizá sólo sea ésta bebida que no es sino llanto fermentado-, la roca me ha hablado. Sus palabras no son vibraciones inundando mis oídos, sino golpes certeros que coliden mi centro. Su voz es sentencia de certeza inmaculada: soy vino escanciado sobre el monolito.